“Le amarraron los pies y las manos, le pisaron su guatita, se golpeó la cabeza; le metieron papeles en la boca. Estaban todos en contra de ella, todos se reían en vez de ayudarla, pero el colegio no hizo nada” así describe Marcela Marín la agresión realizada contra su hija de 16 años en el colegio.
Para el año 2011 se registraron 2.055 denuncias de maltrato físico y psicológico en establecimientos de Chile.
Hoy la palabra bullying, más que representar una palabra extranjera, es para muchos niños chilenos una rutina y un castigo. Apoderados se enfrascan en impotentes circunstancias, sin las facultades para intervenir y escuelas que poca responsabilidad desean asumir.
A más de un año de anunciarse la nueva Ley de Violencia Escolar, tanto padres como hijos, esperan que este escenario no vuelva a repetirse.
Para que un acto de agresión sea denunciado, no necesariamente debe ser infligido dentro del establecimiento. La nueva ley ampara los actos cometidos a través de otros medios ajenos al recinto. Además esta legislación cuenta con las facultades de sancionar al colegio responsable, que siendo consciente de un acto de agresión no haya tomado medidas.
La psicóloga UC, Claudia Romagnoli, recomienda a la víctimas de estos abusos a ignorar las molestias, con tal de invalidar sus intentos de fastidiar, y una vez que la constancia e insistencia de las ofensas aumenten, recurrir en búsqueda de un adulto. “Eso no es acusar. Es pedir ayuda cuando de verdad lo necesitas” dice la experta.
Karen D. Rudolph, quien realizó un estudio para la revista Child Development, dice que el enfoque debe estar en enseñar a los niños estrategias de resolución de conflictos. De esta manera los mismos jóvenes pueden anteponerse a posibles problemas entre sus pares.
Sin embargo, estas medidas no servirían en la adolescencia, ya que el bullying pasa de las patadas y los golpes a una violencia racional, en la que se remarca la exclusión de grupos, destacar los defectos de los demás y el uso de redes sociales para enviar distintos tipos de mensajes.
Por esto, Yasna Ruiz, psicóloga infantojuvenil de la Clínica Dávila, recomienda abordar estas dinámicas de grupo con distintos tipos de intervención.
El llamado principalmente esta a que los jóvenes utilicen la comunicación, tanto como con sus compañeros, como con sus padres y profesores. Ya que incluso aquellos, que son testigos, pueden ayudar o pueden ser cómplices del maltrato.
Las consecuencias del bullying a veces pueden marcar hasta avanzada la adolescencia e incluso en la edad adulta. “Los niños que habían hostigado y habían sido hostigados son los más propensos a padecer un trastorno de pánico o depresión en la juventud o a pensar en suicidarse”, afirma el estudio del Dr. William Copeland de la Universidad de Duke.
La solución radica en la prevención a través de un cambio cultural, empezando por concientizar a la sociedad del fenómeno, luego seguido del constante diagnostico de expertos en el ambiente escolar, continuando con la sala de clases y culminar con los individuos en particular; así escribe la Residente de Medicina Familiar PUC, María Pilar Pérez.
El cambio es posible. Crear una vida más vivible para los demás también, pues el bullying es la eterna espada de Damocles en el colegio, es una amenaza silenciosa y a veces desapercibida para actuar a tiempo. La esperanza esta en detenerlo, antes de que ocurra otro abrupto y trágico final. ¿Cuándo suficiente será suficiente?