Lo conocí por amigos en común. La primera vez que lo ví lo encontré muy mino. Obvio que pregunté al tiro por su situación sentimental, por su nombre, dirección y todas esas cosas sicópatas. Claro, estaba pololeando y con una niña muy regia. Conclusión: posibilidades nulas de acercarme a él para conseguir algo. Era muy lindo y pelolais. Eso me hacia pensar que era un niño correcto, por lo tanto jamás me habría atrevido a jotearlo o a insinuarle cosas. No sé cómo mi cabeza pudo idealizarlo tanto. Finalmente nos hicimos amigos igual. Cada vez me gustaba más, era demasiado lindo y súper chistoso. Él igual me buscaba harto para hablar, pero nunca me pasé rollos. Obvio, ese mino tan correcto sólo se me acerca para conseguir amistad. Ni una actitud de su parte la tomé como una señal. Después de unos meses, me fui de la ciudad. No lo ví en dos años. De repente hablábamos por MSN y después cuando apareció Facebook nos agregamos. Conversábamos puras tonteras.
Por cosas de la vida, volví a la ciudad. Nos juntamos un día, él ya estaba soltero. Tomamos jugo y caminamos por ahí. Yo aun lo encontraba muy mino. Desde ese día comenzó una amistad más cercana. Nos veíamos más seguido y lo conocí mejor. Me dí cuenta que era super lacho. Se agarraba a todas las minas, y que todo lo que pensaba de él era el 90% mentira, o puras ilusiones mías.
A los meses tuvimos onda, salimos un par de veces pero ya no era lo mismo. Pasé a ser su amiga hombre y para mí pasó a ser mi compadre, incluso fui testigo de algunas de sus aventurillas en las discos. Después por tiempo y por las cosas a las que cada uno se dedicó, nos dejamos de ver y ahí quedó la amistad.
Al final tenía la pura cara de cuico.
Imagen CC Pedro Simoes