Cuando mi mamá dice que Chile tiene a los gobernadores que se merece, lo dice con impotencia. Es la misma impotencia que a algunos nos generan estos periodos de elecciones, donde los políticos recuerdan que dependen de nosotros para seguir ganando sueldos de siete cifras sólo por ir a calentar asientos en el Congreso, si es que se dignan a ir.
Ellos confeccionan y aprueban las leyes, el presidente elige a los ministros que luego incidirán en distintos aspectos de nuestras vidas, como la vivienda, la educación o la salud. Pero ¿saben? Lo hacen sin preguntarle a nadie. Y es que el único momento en el que resto de los mortales podemos decir lo que pensamos es a través del voto. O del ‘no voto’.
Para votar por alguien hay que hacerlo por convicción y afinidad con las ideas del candidato, pero si no logras esa conexión con ninguno o quizás tienes reparos con algunas de sus propuestas, ¿para qué ir a votar entonces? Uno de los males más grandes de esta democracia representativa es creer que TENEMOS que votar porque así participamos, pero no sirve si lo hacemos sólo una vez cada cuatro años. A eso hay que agregar que votar por “el menos malo” tampoco aporta a que se corrijan los errores porque simplemente están reemplazando un problema por otro.
Por eso yo, teniendo la edad para hacerlo, no votaré. Y ojo, tanto en política como religión o fútbol, cada uno tiene el derecho a seguir a quien se nos dé la gana. Lo único importante es que, si van o no a votar, lo decidan luego de informarse mucho para que así confeccionen sus propios argumentos que respalden esa decisión.
Y para terminar, vuelvo al primer punto, ¿por qué nos gobierna un hombre que avala “celebrar” la dictadura militar? Quizás es porque lo merecemos, o porque cuando chicos fuimos flojos y no estudiamos, no sé. Sólo sé que a este país lo manejan los y las señoras que mañana harán a Bachelet presidenta de nuevo, y no quiero estar viendo la tele cuando eso pase.
(La foto se la robé a Daniel Alcaíno, humorista chileno que llama a abstenerse)