Yo en la básica y parte de la media, hacía carretes en mi casa, porque mis compañeros no eran tan pencas, no me dejaban mi hogar en mal estado y siempre lo pasábamos bien. Para trabajos también venían, porque mi casa quedaba en un lugar céntrico para todos, y como les digo, yo no tenía problemas.
Con harta modestia aparte, quiero decir que los carretes en mi casa eran legendarios, porque eran especialmente raros, aunque seguían un mismo patrón: nos divertíamos, conversábamos, bailábamos, después los hombres nos íbamos a jugar un rato play a la pieza, las mujeres bailaban solas, una amiga nos iba a buscar y nos gritaba: “son fomes ustedes, vengan a bailar”, salíamos del play, bailábamos nuevamente, pinches varios, los demás se iban y eso…
Ah, pero falta algo, siempre había un compañero que se ponía a llorar. Si, por alguna razón, alguien se ponía a llorar, casi siempre tenía que ver con temas amorosos del tipo: “no me pescó”. Había un compañero que era experto en esto, y bizarramente, ningún carrete estaba completo sin la presencia de sus lágrimas, cuento corto: A él le gustaba la misma chica desde siempre y ella nunca le prestaba atención, así que el buscaba un sillón o lugar oscuro en alguna esquina y lloraba.
Algo parecido pasaba en la casa de otra compañera. Ella invitaba a todos a su hogar, ya sea para hacer trabajos o carretes, pero al final era una excusa, ¿para qué?... para escuchar sus dramas, cuantas veces yo y otros compañeros/as fuimos engañados para ir a hacer trabajos o ayudarla en algo, y ella terminaba usándote de psicólogo. Ah, y tampoco eran dramas tan heavy, también eran del tipo: “Me gusta X hueón, pero él no me pesca”.
Pero basta de historias, admiro a los compañeros que prestan la casa, porque al final ya sea para un trabajo, carrete u otro motivo, igual se pasa bien, ¿o no?.
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Imagen CC vía pnwra