En todo colegio hay alguien que nunca lleva almuerzo o colación, pero siempre se las arregla para no pasar hambre. Así como siempre hay uno de éstos, también está el que lleva mucha colación, entonces es ahí donde se complementan.
Cuando son semanas, meses o toda la etapa escolar, ya te empiezas a aburrir y a comerte la colación escondido, obvio, para que el marabunta del curso no te vea. Compartir es algo súper bueno y te ayuda a crear valores que no todos tienen y que no en todos los colegios y familias te inculcan, aunque también existen límites.
Yo tenía un compañero que a la hora de almuerzo llegaba a probar los platos que teníamos sobre la mesa, era como una especie de crítico gastronómico ya que siempre elegía el plato que más le gustaba de la cata que hacía. Algunas veces él llevaba comida, no era tan patudo el hombre, en esos momentos nos devolvía la mano y nos dejaba probar una cucharada a cada uno de los que los alimentábamos.
Si no encontraba comida entre sus pares, los más chicos tenían que compartir o agrandaba su gran cuenta de fiados en el kiosco, de hambre no se moría. Muchas veces se enfermó de la guata por la mezcolanza de alimentos que hacía en la hora de almuerzo, pero el hombre no se rendía en lograr una variada y nutrida alimentación a expensas del resto.
Con el paso de los años, se hizo costumbre echarle más agua a la olla porque sabías que alguna manera vas a terminar compartiendo tu almuerzo, pero era por una buena causa, aunque comía mejor que todos en el curso.
Imagen CC Photoshare