Les voy a contar una historia...
Cuando yo tenía como 13 o 14 años, mis papás me llevaron al dentista donde se dejó más que claro que tenía que ponerme braquets. Tenía una ensalada de dientes donde uno de los colmillos estaba encima de otro diente porque no tenía espacio en la boca y blah blah blah. No me preocupé mucho por el asunto porque todas mis amigas en el colegio se empezaron a poner frenillos y por ende hizo estar de “moda”, lo que me llevó a estar súper feliz al respecto.
Entonces, el día que comenzó el proceso después de la evaluación, me avisaron que iba a tener que usar una placa y sacarme unos cuantos dientes. Obviamente me asuste, pero cuando recordé que me iban a poner los braquets y le iba a poner los colores de gomitas que quería (porque mis compañeras llegaban con distintos colores, colores intercalados, un color distinto al de arriba, etc), me empecé a emocionar aún más.
Después de una dolorosa extracción de cuatro dientes e incómodas noches babeadas con la placa puesta, por fin me pusieron los famosos braquets. Al principio estaba más feliz que cabro chico con zapatillas con luces, pero con el tiempo todo se puso feo: primero, el dolor de dientes era terrible, a mí personalmente se me transformaban en dolores de cabeza y no se podía comer absolutamente nada. Me consolé diciendo que se veían bonitos los metales con colores en mi boca. Pero ahora que lo pienso bien... ¿Qué tienen de bonitos metales que sobresalen en la boca?
¡Ah! Después me encontré con el constante problema de tener que mantenerlos limpiecitos y sin el pedazo de lechuga atravesado en el braquet. Así que cada vez que comía, tenía que estar demasiado preocupada de no tener un pedazo de algo en los dientes y con el cepillo de dientes al alcance para correr al baño a sacarme la tonterita. Y a raíz de esto mismo, si hubo algo que odié y simplemente no seguí las instrucciones del dentista,fue el hecho de no poder comer chicles, calugas, manzanas confitadas y frutas sin picar. No pude aceptar eso e igual comía calugas, por más que me quedara con un braquet en la mano. Y cuando llegaba al dentista a pegarmelos de nuevo, me retaban, pero a mí no me importaba, seguí comiendo lo que a mí más me gustaba.
Y para que hablar del bullying de mis hermanas y de mis amigos (en especial los hombres). Qué no me dijeron: dientes de lata, frenilluda, braquetas, etc. Y entre mis amigos, andaban atentos a encontrar algún pedacito de comida en los dientes o poner nombres con las combinaciones de colores que yo escogía.
Gracias a Dios, el uso de mis frenillos duró solo un año y después de eso, mi sonrisa quedó preciosa, blanquita y derechita. Además que a diferencia de varias amigas, yo aprendí algo súper importante: aprendí a sonreír. Aun que tenía metales en mi boca y todo eso, yo lucía mis braquets orgullosísima.
¿Alguien tuvo una experiencia como ésta? ¿Alguien que todavía use braquets?