Todo pasó hace algunos años en el interior de un reconocido colegio de Ñuñoa. Con mi mítico grupo de amigos, los “Chincolitos” –una mixtura de alumnos de los segundos medios de la temporada- estábamos apestados de las tediosas clases de geometría y sólo pensábamos en la pichanga del viernes para poder eliminar toda la mala onda.
Nos juntamos en el segundo recreo para armar un evento de lujo, con equipos al mismo nivel y apostando un completo para cada integrante del equipo ganador. Sin embargo, un hecho arruinó todos nuestros planes. Desde el comedor de nuestro colegio presenciamos como el “Sandro”, nuestro compañero mateo, era acosado por otros chicos del cuarto medio.
Decidimos actuar, ya que sólo nosotros molestábamos (en buena onda) a nuestro “partner”.
Nos mantuvimos juntos y fuimos a increpar a los matones. Ellos llamaron a otros amigos de su grado y comenzamos a discutir. Pero a pesar de eso, no llegamos a los golpes. Al contrario, fue el mismo “Sandro” (joven que se ganó ese apodo por sus excéntricos bailes) quien acabó el altercado de la forma más original y desopilante: tirándole pan y otros restos del desayuno a los odiosos.
La situación descolocó a los grandulones, quienes no tardaron en reaccionar y se abalanzaron sobre el pobre muchacho. No obstante, nosotros formamos una pared humana para defender a nuestro compañero y atacamos nuevamente a los compadres con más panes y algunas frutas.
Al verse en esa compleja situación, los de cuarto fueron a buscar refuerzos y más comida para iniciar el contrataque. Por su parte, nosotros también nos tomamos en serio esta pequeña guerra y solicitamos la ayuda de los de primero.
En tan sólo 3 minutos logramos agrupar a un importante grupo de muchachos y juntamos mucha comida. Asimismo, logramos convertir la cancha de baby fútbol en el escenario ideal para la gran guerra.
Y bueno, es predecible. Quedó la escoba en el colegio. Puedo afirmar que más del 70% de los alumnos participaron y disfrutaron de la entretenida jornada de recreación improvisada por el segundo año. Además, nos entretuvimos tanto que se nos olvidó el porqué de la guerra y terminamos lanzándonos comida entre los amigos.
Fueron 5 minutos de descontrol y de completa suciedad. Algo que nos entretuvo, pero que al “Foca”, nuestro director, le cargó.
Como ya nos tenía identificados el “dire” no tardó en culparnos del mejor evento del establecimiento en décadas y no encontró nada mejor que suspendernos por un día. Este veredicto molestó a nuestras madres y a más de alguno le costó un castigo… Aunque dio igual, pues la experiencia y el éxtasis vivido ese día es hasta el día de hoy uno de mis mejores recuerdos.