Tengo un profesor al que no le gustan los trabajos en grupo, porque dice que sólo se prestan para que una persona trabaje y el resto no.
En ocasiones, los trabajos en grupo pueden ser un fastidio para el que es responsable y una salvación para el que es flojo. Lo peor de esto es cuando el profesor es el encargado de decidir con quién debes trabajar. El momento previo a cuando te dicen con quién debes hacer la tarea es de tensión, es casi como una final de reality show. Peor aun es cuando descubres que te tocó con el más chanta, con el que nunca va a clases o con la matea antipática. Esos extremos son terribles. Es entonces cuando deseas morir o que el colegio explote y se suspendan las clases para siempre.
Sin embargo, es bacán cuando de tí depende con quién estar y sobre todo cuando te corresponde hacer un trabajo fuera de lo común.
La profesora de Historia y Ciencias Sociales nos comentó sobre un libro que reuniría historias de diversas localidades de la octava región. Esa publicación tendría contenido elaborado por alumnos de diversos colegios. La profe María Isabel escogió a mi curso para representar a nuestro establecimiento. Teníamos que formar grupos de trabajo y cada uno debía investigar sobre una historia local, así se llamaba el trabajo. En el 1°E éramos muchas, por lo tanto sólo dos historias quedarían seleccionadas para ser publicadas en el libro.
Hacer cosas en grupo nunca me ha gustado mucho, por lo que mencioné al comienzo, pero esta experiencia fue la excepción. Tuvimos que trabajar como nunca lo habíamos hecho - y como nunca lo volvimos a hacer- en la enseñanza media. Nuestra investigación fue sobre una población que nació a raíz de una toma hace mucho tiempo. Pese a los años que habían transcurrido, aún quedaban protagonistas de esa historia. Ancianos nos recibían en sus hogares para mostrarnos fotos y contarnos detalladamente qué pasó en esa toma de terrenos. Visitamos a muchas personas que, muy entusiastas e interesadas, nos relataban sobre el pasado. Durante el proceso nos ocurrieron muchas anécdotas; cosas chistosas y otras no tanto. Como cuando tuvimos que hacer la primera entrevista a don Luis y no teníamos grabadora de voz. Una vecina solidaria nos ofreció una ayudita. Cuando fuimos a la casa de esta señora, ella nos estaba esperando con una grabadora de juguete. Era un Bob Esponja que tenía dos micrófonos y mientras grababa emitía un ruido similar a la canción de la serie animada. Con toda la personalidad del mundo, llegamos a nuestra cita con don Luchito y usamos al Bob Esponja, no nos quedó otra opción.
Fue un trabajo en grupo muy extenso, agotador y que nos enseñó mucho. Finalmente nuestros nombres ocuparon un espacio en aquel libro. Tuvimos una de las mejores historias.
Ah, y otra cosa positiva fue asistir a un acto que reunía al resto de los estudiantes que participaron en este concurso. Pudimos mirar a todos los guachones del Colegio San Agustín y San Ignacio, una muy linda experiencia. En fin, trabajar en grupo a veces no es tan malo.