Cuando tenía cuatro años un vecino que tenía doce me dijo así de repente que el Viejito Pascuero no existía. Entonces corrí donde la mujer que tenía todas las respuestas del mundo y le pregunté si acaso era cierto y ella dijo “Sí, eso es verdad”. Menos mal no le tenía especial cariño al hombrecito polar, pero fue importante; supe que mi madre no me mentiría jamás.
Apenas fue lunes, les conté a todos en el Jardín que el gordito ese no existía en lo absoluto, que los regalos son deudas que toman los papás cuando te quieren y que si no me creían…. le podían preguntar a mi mamá. Decir eso era sinónimo de estar frente a una verdad suprema y comprobable y los ojos y las bocas de los niños se abrieron mostrándome sus galletas mascadas. Impacto total. Fue así como me llamaron por primera vez el apoderado.
Tuve entonces que aprender que no todos los niños están preparados para entender o saber ciertas cosas al mismo tiempo que uno. Me pareció algo difícil de aceptar. Tenía una madre que no se atrevería a decirme cosas que no existían, podría conocer a través de ella la verdad sobre lo que llevaba el viejo en su saco y tanto más que quedaba por creer y dudar y entonces ir por el mundo a regar las verdades y las citaciones de apoderados. Su influencia sobre mí era absoluta y se sentía muy bien.
Así siguió la dulce vida hasta que en cuarto básico nos dieron a leer El Principito. Como era habitual, los libros del colegio me los leía cariñosamente mi madre. Yo sabía leer hace rato y bien, pero esto era otra cosa; una manera más de recibir el conocimiento del mundo desde su amor a la verdad. Y este libro fue importante, volvía ansiosa del colegio para que continuara leyéndomelo. Estaba completamente enamorada del niño asteroide.
Cuando recibí mi seis coma cuatro de la prueba del libro, una duda terrible me atragantó, como tragarse un diente suelto. A mi F en la afirmación de que el Principito había muerto envenenado por la serpiente la cruzaba una gran equis roja. Por tanto eso era V. No había otra manera de entenderlo. Principito había muerto y mi madre mentido… No lo negó. Dijo no haber sido capaz de enfrentarme a esa verdad; que lo hizo porque me amaba. Entonces supe que de ahí en adelante debería leer los libros solita y que el amor es algo incomprensible que nos impulsa a hacer inmortales excepciones.