Cuando no tenemos una profe agraciada, siempre está la mamá rica de nuestro amigo o amiga. Esa dama que padece el mal de la lagartija (la mamá está mejor que la hija) y que se transforma en nuestro desvelo y en una digna diosa para cumplir nuestro sueño del pibe.
Hoy, es una realidad que las mamás están cada día más joviales, cuidan su figura, usan maquillaje atractivo, se visten bien y su cabello brilla como el diamante más hermoso jamás encontrado. Tampoco es un misterio que una vieja guapa, muchas veces es el tema de conversación entre los hombres del curso, menos de uno, el hijo de la dama en cuestión.
La mamá rica se deja querer, va al colegio a buscar al hijo o a las reuniones de apoderado como si fuera a desfilar en una pasarela en Milán. Le gusta tener todos los ojos de cabros y viejos puestos en ella. Ah, eso sí, son la envidia de aquellas cariñosas madres que no fueron tocadas con la varita mágica de la belleza.
Recuerdo que en mis años de colegial, tenía una amiga cuya mamá era un dulce. Una cuarentona con cuerpo de veinteañera, linda y más simpática que mi propia amiga. Con ella al lado se veía el sol en el día más nublado de Conce. Para los trabajos en grupo o en pareja, obviamente, escogía a mi amiga para ir a trabajar a su casa, y así poder ver a esa musa que alborotaba mi corazón de quinceañero. Aparte era muuuy cariñosa, su único problema, es que era casada. No la he visto en diez años, pero espero que mantenga su escultural figura, aunque entrando a los 50 la cosa ya no debe andar muy bien.
En fin, todos hemos canchereado y pensado en tener una aventura con la mamá rica de algún compañero, pero como dicen los sabios, del dicho al hecho hay un gran trecho, y que nos resulte algo con una agraciada madura es más difícil que Australia clasifique a segunda ronda en el mundial. Si me equivoco y alguien la ha hecho, tenga todo mi respeto.