En esta nueva sección te contamos la historia de Ignacio, quien iba en la micro cuando le tocó recibir una serie de insultos y escupitajos. Todo por defender a una señora a la que un grupo de jóvenes le robarían. Entre tanto se enamoró, pese a estar pololeando. Así describe su historia:
Después del colegio me fui para mi casa en Ñuñoa, tomé la 507 en Avenida España, todo iba tranquilo, hasta Avenida Matta con San Diego. Allí suben 5 “flaites” por la puerta del medio, quienes se distribuyen en distintas ubicaciones de la micro. Era extraño, todos esos cabros andaban con un polerón en el brazo habiendo como 30º de calor.
Me acordé de “El tío Emilio”, ya que en aquel programa salió un caso donde habían ladrones que robaban con un polerón en el brazo. Así podían meter el otro brazo sin que nadie los vea en los bolsos o bolsillos de sus víctimas (mujeres principalmente).
De pronto a uno de estos flaites le dio por acercarse a una joven como de mi edad que estaba a mi lado. Estábamos junto a una ventana, a la altura de la tercera puerta de las micros 'orugas'. El sospechoso muchacho insistía en abrir una ventana que ya estaba abierta, con esa mala excusa se acercaba a la chica, la que se veía atemorizada. La micro no estaba ni llena.
La mina era muy bonita, rica, tenía un short corto, pero como roto, era estilosa. Me enamoré. Le dije que se corra para evitar el robo. Ella me dijo “¿cuánto falta?”, simulando estar juntos en el viaje. Así ayudé a frustrar ese primer intento de robo.
Al rato se subió una señora por la tercera puerta, iba con dos niños y un carrito. Los flaites la ayudaron a subir. La señora qué se iba a preocupar de si era asaltada. Uno de los ladrones se acerca a ella descaradamente, en frente de todos los pasajeros que ya sospechaban.
Yo no sabía qué hacer, eran cinco flaites, uno no sabe cómo van a reaccionar, pueden apuñalarte. Así de simple.
El flaite recurre a su técnica de robo con el polerón y de repente veo su mano apunto de entrar en un bolsito que tenía colgando la humilde señora. Allí seguramente llevaba su plata, documentos y celular. No podía quedarme callado, así que me decido a frenarle la mano al flaite. Al mismo tiempo digo: “Señora, le están robando”. Inmediatamente pienso que ya no tengo escapatoria.
Fue cuando comencé a recibir una serie de insultos que no se pueden publicar. Yo no les seguí el juego, no quería entrar en un enfrentamiento. Algunos pasajeros se percataron de la situación y empezaron a recriminar a los flaites, pero ellos no paraban de putearme.
Los ladrones determinan bajarse en la siguiente parada, se bajan todos, pero al que le tomé la mano se queda tirándome escupos hasta que se cierran las puertas. Me llegan como seis, ninguno en la cara menos mal.
Antes de que parta la micro uno de los lanzas grita: “Igual me pitié a la vieja c***”. Finalmente, igual pudieron robarle a la señora un celular, quien me presta un pañuelo para limpiarme.
La historia me dejó pensando, nunca he discriminado a los que denominamos “flaites”. Creo que son personas como uno, pero con esta experiencia me doy cuenta de por qué la gente se hace tanto prejuicios.
Si viviera la misma situación haría lo mismo, pero hay algo importante que no hice, pedirle el Whatsapp a la chica que me gustó.
La anécdota ya la sabe toda mi familia, ya que cuando vinieron unos tíos del extranjero, en una reunión, mi hermano de 10 años grita “¡Al Nacho lo agarraron a pollos!”.