Hace unas semanas se publicó en el diario La Tercera un artículo muy curioso que caracterizaba a los haters de internet, esos seres tan famosos por estar en cada una de nuestras redes sociales. ¿Quién no tiene un amigo o conocido que a cada rato vemos criticar ciertas modas, grupos musicales o equivocaciones de personajes públicos? Es como si disfrutaran ocupando su tiempo en eso.
Lo que vemos en estos haters personas que nos rodean, debemos multiplicarlo por el infinito si es por averiguar cuántos de estos personajes hay por ahí. Sin ir más lejos, grandes y exitosos sitios como Jaidefinichon o Porlaputa basan su “pauta” en gran parte gracias a las olas que se generan a partir del hueveo constante, a estas alturas, de cualquier cosa. No podemos negar que todavía amamos los memes. Esas simpáticas imágenes que personas con mucho tiempo e imaginación suben a la web en forma de historietas, algunas con fotos icónicas (uno las ve y ya sabe más o menos hacia dónde va el trolleo), o en base a imágenes de políticos en posiciones incómodas. En este último punto, podríamos decir que Sebastián Piñera lleva la delantera. ¿Pero qué pasa cuando nos paralizamos por el miedo a ser trolleados? ¡Pasa mucho! Eso de que no tuiteamos o posteamos en Facebook por miedo a que llegue alguien, algún simpático amigo troll que nos malinterprete y/o encuentre ese error que se nos pasó, dejando en evidencia nuestra estupidez. Hay varios que han sucumbido ante las pesadeces de otros, derivando en casos de bullying dignos de ser denunciados.
Por eso, la reflexión de hoy es a no esperar menos de los trolls. Todos lo hemos sido en algún momento, lo revelemos o no. Si algo nos ha enseñado el bendito internet es que su democratización le da espacio a cualquiera, y siempre habrá alguien al otro lado del computador a quien le moleste algo, cualquier cosa, lo más mínimo que se te pueda ocurrir.