La fila comenzó, formalmente, a eso de las 7 de la tarde. Habían cabras chicas que llevaban incluso dos días acampando. Cuando me subí al metro jamás pensé que el asunto podía ser para tanta revuelta. Cuando finalmente llegué a Plaza de Armas, tomé conciencia del cuento en el que me había metido. Días antes me contacta una amiga para ofrecerme 20 lucas por hacer la fila afuera del Hites de Ahumada: la hermana chica quería ir a Justin Bieber y necesitaba un gil que hiciera el trabajo sucio. Como ando bien apretado de plata, acepté de una.
Llegué puntual a las 9 de la noche a la entrada de la tienda, donde un campamento de quinceañeras me esperaba. Me persigne, miré al cielo y me encomendé a Zacarach. “Ya tío, llegué” le dije a Don Charles (el papá de mi amiga), que tenía pura cara de cagao’ de frío. “Menos mal apareciste, me tengo que ir a tomar el remedio” me comentaba mientras me estrechaba la mano con ganas, feliz porque alguien lo iba a rescatar. Me pasó disimuladamente la plata. “Mañana te vengo a sacar como a las 7″ me gritaba mientras apretaba cachete. Y ahí terminé por cerrar la condena. Colina 1 era una alpargata Ibera al lado de tanta pendeja hacinada. Tres Padre Nuestro al tatita Karadima y echarle pa’ adelante.
Siguiendo el camino del ídolo pop
Mi número en la fila era el 132. De a poco me adaptaba al ambiente hostil y trataba de mezclarme con las fans tarareando algunos éxitos como “Baby” o “Somebody to love”. El rugido de las Beliebers se dejaba sentir de vez en cuando con un enérgico “que se vayan los colados” o un orgásmico “BIEBER” mientras alguna mamá, revestida por el calor del polar, les tomaba una foto.Rápidamente 131 y 130, las dos niñas que estaban antes que yo, me notaron un tanto asustado. Trataron de calmarme con unas Oreo (galleta favorita de Justin) y luego de un par de coqueteos mal disimulados nos pusimos a conversar. Tenían tiernos 14 años, eran compañeras de curso y representaban a la comuna de Conchalí. “Hicimos completadas, rifas y vendimos dulces en el colegio para poder juntar la plata. Logramos reunir 70 lucas cada una y nuestros papás van a cubrir lo otro con la tarjeta Hites. Mi mamá la sacó justo la semana pasada, así que tuvimos suerte” me conversaba muy distendidamente Nº 131, la más vivaracha del par. De la nada apareció un peaton un tanto subversivo, lanzando la consigna “yo ni cagando gasto 100 lucas en una entrada, cabras hueonas“. Dos segundos bastaron para que el pobre perico se viera rodeado de jóvenes, quienes lo encararon hasta expulsarlo del ‘campamento esperanza Belieber’.
Decidí dejar mis prejuicios de lado y pasar a formar parte de esta bonita experiencia. “Mira, si quieres ser un verdadero Belieber Boy debes aprender las canciones. Es algo fundamental. Luego, ver sus documentales y leer mucho sobre su vida” acotó 130, tratando de integrarse de nuevo al grupo. “Y no te tienes que creer la raya del queque, porque todos los Belieber Boys se quiebran mucho. Todas las fanáticas piensan que los hombres que son fans de Justin Bieber son más sensibles, pero es un mito”, así que a no engañarse. Detrás de toda esa producción, los Belieber Boys son iguales a todos los demás. Mientras mis dos compañeras descueraban a esos farsantes, un grupito apartado practicaban coreografías del artista. El ritmo de los beats inmediatamente me impactó. No me di cuenta cuando unos de mis pies comenzó a seguir el ritmo de la pegajosa melodía. Era todo, ya me había convertido en uno de ellos.
Más que una pasión, un sentimiento
Lo que más trataron de dejarme claro 131 y 130 fue que Justin Bieber no era sólo una cara bonita. Es un joven que sufre en cada gira, ya que no puede hacer una vida normal, como todos los demás. Pero su pasión por la música era mayor: NECESITA COMPARTIR ESTE DON CON TODO EL MUNDO. Además, Justin es muy creyente. Antes de cada presentación se encomienda a Dios para que todo salga en orden.Después de casi 3 horas compartiendo conocimientos en torno a nuestro cantante favorito, llegué a la conclusión de que Bieber representaba todo lo que siempre quise llegar a ser: un joven talentoso, con una hermosa familia detrás, un marcado sentido patriota y tan sensible como yo. Me fui a dormir con un calorcito en el corazón, el mismo que sentí cuando por primera vez recibí la comunión. Ni la neblina, ni las bajas temperaturas terminarían por arruinar una espléndida noche.
Horas después, llegó Don Charles para relevarme de mi puesto. Tenía sentimientos encontrados. Por un lado quería llegar pronto a mi casa pa’ echar una pestaña, pero por el otro no quería dejar a mis nuevas amigas ahí solas. Sentí que tenía un vínculo con ellas, que no les podía fallar. Finalmente me venció el sueño y me fui a dormir.
Toda mi vida me he caracterizado por ser una persona que juzga a la gente por la primera impresión, sobre todo si su color de piel es más oscuro de lo común. Pero aquella noche me saqué todos los tapujos del mundo y me aventuré en lo que fue una linda lección de vida. Esas quinceañeras me enseñaron que los objetivos en esta vida, por más ramos que me eche en la Universidad, se pueden cumplir de una u otra forma, que “nunca hay que decir nunca” y que el cartón es un excelente aislante para el frío. Ahora mi sueño, al igual que el del resto de las Beliebers, es poder hacerle el amor algún día a ese pendejo.