Sin duda, en estos últimos años la política estudiantil se ha solidificado y se ha instaurado una orgánica más concreta, donde los electores reclaman un perfil “ad hoc” para dicha labor.
Ha pasado de ser un simple término a una necesidad en cada grupo humano. Más aún cuando se cobija en la educación secundaria o superior. Ha pasado de ser un cargo de “organizador” y/o “coordinador” a representante, guía y hasta defensor.
La educación y su curriculum nacional distan mucho de lo que fue en sus orígenes. Durante los últimos 30 años ha sufrido profundas y radicales transformaciones, ya que decir mejoras sería emitir un juicio errado. Suprimió buena parte de éste y se incorporó innovación conjunto con planes de mejoramiento y mayores recursos para la inversión, los cuales aún son pocos.
Dentro de las más lamentables modificaciones del curriculum nacional podemos mencionar la eliminación de la educación cívica y la reducción de las horas de Historia y Artes Visuales. Pero, ¿por qué mencionar la historia de la transformación del curriculum nacional? Una vista parcial de los hechos nos lleva a la hipótesis malintencionada de que nuestros “expertos” en curriculum han restado importancia a la formación del pensamiento crítico, la reflexión de la historia y el desarrollo de la cultura y el libre pensamiento. El Sistema Educativo Chileno, en ese sentido, forma “maquinaria” idónea para seguir y acatar órdenes sin necesidad de mayor raciocinio y esclavos de la voz de los participantes del curriculum privado. Pero hay algo más fuerte que sobrepasa las fallas y las notables deficiencias e insuficiencias de lo que rige la formación de los niños y jóvenes chilenos: Los sueños y los idealismos, éstos son la base más importante de aquella revolución poderosa e irrefrenable: EL PENSAMIENTO. Éstos trascienden al curriculum o a cualquier formación. Lleva a los jóvenes al cuestionamiento, la duda, la lectura. Propende al aprendizaje personal que ellos mismos persiguen porque es propio de la edad y porque los sueños e ideales tienen una intrínseca unión con la afectividad, base de todo el desarrollo. El mejor resguardo de la democracia, base de una sociedad libre, justa e igualitaria es que cada joven reconozca su vitalidad.
La participación en Centros de Alumnos acerca a los jóvenes a este fin. Los interioriza de manera sencilla en la importancia y el rol que cumple cada uno en su propio medio. Su rol como factor de cambio y mejora.
Además del beneficio social y colectivo antes mencionado, está el beneficio personal que esto aporta. La activa participación en Centros de Alumnos otorga capacidad de gestión y organización, responsabilidad y lo más relevante: la generación de líderes y la búsqueda del bien común. (Principio de Aristóteles “El hombre siempre busca el bien”)
El perfil de este nuevo líder que representa, guía y defiende ha de ser la de un o una joven pluralista, conciliador, con coraje y brios. Desafiante cuando deba serlo, imponente, sólido, informado. Entusiasta, claro y sobretodo, debe ser “por y para” quienes le han confiado tan sublime tarea.
Si te estás preguntando si participar o no, debes sondear tus propios intereses. Si eres un joven con vocación de servicio público y que está llamado a algo grande y generoso, este llamado es para ti.
Y tú ¿Participarás en tu Centro de Alumnos?