Por fin te convenciste de que el azúcar es dañina y de que debes mover esos tutos de pollo que te heredaron tus antepasados, así que empiezas tu viaje por la vida sana. Ojalá fuese tan fácil como probar una manzana, hacer una sentadilla, y despertar con un cuerpo de fisicoculturista.
1. Llegas a tu casa luego de un primer exitoso día de comer saludable y tu mamá tiene torta y hamburguesas para cenar. Cuando te quejas, te dice “pero come un pedacito chico no más”. Claro, como si pudieras.
2. Te pones tus zapatillas de “running”, tus calzas, tus audífonos y agarras tu botella de agua para salir a correr con toda la motivación del mundo… hasta que te das cuenta de que has corrido recién una cuadra y ya te falta el aire. Al menos lo intentas.
3. Tienes hambre todo el tiempo y por supuesto, piensas todo el día en comida. Contrario a lo que digan las revistas de moda, comer fruta y ensaladas no llena.
4. Cuando empiezas a levantar pesas para desarrollar tus músculos, con toda la confianza del mundo vas y agarras las de 10 kg en el gimnasio… solo para terminar con lumbago.
5. Tu “premio” semanal por haber comido tan sano de lunes a viernes es en teoría un pequeño dulce o un trozo de pizza. En teoría, claro, porque terminas arrasando con todo lo azucarado y grasoso que puedas encontrar en tu casa.
6. Después de tu primera sesión de ejercicios vas y te miras al espejo sintiéndote 10 kilos más liviano y esbelto, hasta que te pesas y te das cuenta de que no has bajado ni un gramo aún.
7. Tratas de encontrarle el gusto a la ensalada de lechuga con apio. Los resultados son infructuosos, no, definitivamente no hay forma de que te guste.
8. Compras un montón de comida sana: Leche de almendras, pan sin gluten, kale, semillas de chia, etc. Cuando llegas a tu casa te das cuenta de que no tienes idea de qué hacer con ellas.
9. Ves videos que hacen Youtubers (con calugas) de ejercicios que se ven sencillos y piensas “mmm… yo puedo hacer eso”, hasta que lo intentas y te das cuenta de que eres una gelatina humana.
10. Te metes a Instagram y encuentras fotografías de bowls de avena que se ven como de restaurantes. Cuando intentas imitarlos acabas con una masa viviente de una sustancia pegajosa en tu plato. Definitivamente no es digna de foto.
¿Vale la pena intentar?