Uno de los recuerdos más imborrables y graciosos de la infancia son esos instantes de leseo nivel dios, en que olvidamos los estudios y nos lanzamos a dar jugo del bueno. Ya sea en el recreo o en medio de la clase misma, un dibujo chistoso, una talla precisa o una pelada de cable monumental pueden sacarte de la rutina y sacarte una carcajada incontrolable. Son esos momentos hilarantes en que a uno se le ocurre una bufonada tal que puede transformarse en una acción épica y que todos recordarán hasta el fin de los tiempos.
La víctimas de nuestra risilla pueden ser; los compañeros en frente a quienes podemos hacerle la vida imposible a punta de papelitos o pedazos de naranja; el profesor quien nos conoce de potrillos y sabe cada talla piola que le lanzamos; el o la chic@ que nos gusta, etc. También nuestro mismo par puede ser el blanco de nuestras burlas, algo que con los años se transforma en un arte si sabemos hacerlo bien.
Recuerdo un amigo en especial con el que solíamos hacer dibujos en medio de la clase, tanto de compañeros como de los profesores. Imagina estar aburrido de la materia con cara de sueño y pensando en que no hay nada peor que el colegio, cuando de la nada tu compañero te toca con el dedo y te apunta un dibujo del profesor con orejas y nariz de cerdo (nuestro profesor de Matemáticas era cuáticamente gordo) expresión seria y ojos saltones. No podía evadir la risa.
Lo más increíble del humor entre clase y clase es que algo mínimo y absurdo puede transformarse en algo increíblemente complejo, monumental o legendario. Un avioncito bien lanzado, un pelotazo desde lejos arrojado con ojo de halcón o un chiste de aquellos puede ir creciendo con una bola de nieve y llenar la sala de risotadas. Más increíble si logramos la fama de haber logrado esta proeza junto a nuestro cómplice, cosa que fácilmente puede crear una complicidad tal en ambos que por años recordarás, incluso en la universidad o en el trabajo de adulto.
A esta edad todo parece cuajar para que podamos distendernos y abrir nuestra personalidad a otros, para así olvidar las inseguridad de la infancia y demostrar las cosas buenas que teníamos dentro. ¿Tienes una historia digna de contar y que te produjo risas incontrolables? No olvides comentar.