La tele; fome, vacía, hueca, farandulera, mentirosa. La radio; poco ilustrativa, mucho opinólogo o puro tocadiscos. Internet; Facebook, sapo, aunque sirve más.
Siguiendo la cadena es que una llega a plantearse la necesidad de crear espacios y medio propios de expresión, para poder desahogarse, decir lo que se piensa sin la típica recriminación de los adultos de que no se sabe lo que se dice porque eres chico, pendejo, inmaduro.
Vomitar un poco todo. Escribir sin puntos, comas, ni policía del lenguaje. Escribir para todos lados, haciendo dibujos, rayando, compartiendo un poco de nosotros con los otros, con los amigos, con los desconocidos.
Eso siempre han significado los medios de información –o contrainformación- para mí, sean fanzines, blogs, revistas. Esos honestos lugares reales o virtuales llenos de vida, inquietudes, odio, cuestionamientos. Sin moral, sin iglesias, sin papás.
Desde chica que los leía, hojeaba, rayaba e intercambiaba. Después comencé a escribir, con la típica vergüenza e inseguridad que nos han inculcado desde siempre con el “usted no sabe, es muy chico”, “no tienes idea de la vida”, “cuando grande te darás cuenta” y blablablá.
Hasta ahora lo hago y, aunque por pega y profesión, la mayor parte del tiempo debo escribir sobre cosas que no necesariamente me gustan, no dejo de escribir de lo que sí me gusta. Y vez que puedo me arranco a alguna actividad, de esas a las que uno lleva su feria para intercambiar o para difundir, por la buena onda o por aporte voluntario.
Moda de adolescentes dirán algunos, una necesidad diremos otros.
Dibujo de Erman Jorquera, latoñodominguez.